Sincera.

Triste el cuarto a donde me citan.
Triste como todas aquellas  mañanas.

Brilla el sol, mas la luz no cruza las fuertes ventanas sucias y oscuras, empañadas por el inminente calor de la pequeña oficina.
Sentada ahí estoy, brazos en mi regazo, corazón en el suelo.

El humo de sus cigarrillos inunda mis pulmones, como lo hacía el tuyo. Potente y dulce, espeso. Pero aún así, este ya no me llena.

Divago, como la loca que me acusan ser, por mis recuerdos. Divago por los jardines iluminados en plena tormenta, por el verano inundado en nieve. Cuanto más pasa el tiempo, más lejos y cerca me voy, más rápido te siento.
Tus sonrisas, tus miradas, todo eso atesoro. Todo dentro de una coraza blindada con treinta y siete llaves, solo porque yo quiero. Porque yo puedo.
El latido suena en mis memorias, y recuerdo el levantarme acostada a tu lado, tu respiración en cuello, y trabada en tus fuertes brazos. La brisa entrando por la puerta abierta, acariciando la poca piel desnuda.

Oigo las flores y veo el canto de las aves en nuestro gran jardín, cubierto de muerte y mentiras piadosas. Todas sobre el barro seco y triste, sin briznas de pasto.
Pero aún así supe que sonreía, porque allá a lo lejos brillaba una luna roja para nosotros solos.

-¿Señorita Ramírez? Pase por favor.

Me lo piden educadamente, aunque el hombre me arrastra dentro del cuarto con violencia. Si yo no voy a huir.

El cuarto es triste, te lo he dicho. Las paredes manchadas por el humo y la humedad, ambas con la hache del horror y la histeria colectiva y amargada. Me tiran sobre la silla y me vuelvo a perder en mis pensamientos, ausente a lo que gritan.

Vos no gritabas. Nunca. No te atrevías a hacerlo. Más no habría dado resultado aunque lo intentases, porque era tu voz tan grave y suave que simplemente no sería nunca agresiva. Tu voz, esa que me cantaba cuando moría, que me cantaba cuando lloraba.
También tus ojos, dos gemas negras como la nada en la que nos hundimos, juntos, cuando dimos el sí esa tarde soleadamente abandonada, nada que no iluminó tu sonrisa, porque siempre fue inexistente.

Y entonces ellos dos me miran, y te sonrío, porque me estas mirando, y digo la verdad, porque jamás pude mentirte

-Lo maté.

Porque sí, lo hice.

Y entonces me pierdo otra vez en lo mío, porque ellos no se equivocaron cuando me llamaron loca.

Vos tampoco te equivocaste.

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