Vencedores.
Se dice que la muerte llega cuando el cuerpo ya no puede seguir
luchando.
Se dice que después de esto, nos llega el olvido.
Yo, señoras y señores, no estoy de acuerdo.
Si esto fuera verdad, seríamos todos unos inútiles cobardes
buenos para nada.
¿Qué el cuerpo ya no puede seguir luchando? ¿Cuántas veces
se ha pensado lo mismo para salir finalmente adelante?
¿Cuántas veces nos
balanceamos sobre el abismo, a un solo paso de hacer al vacío?
¿Cuántas veces no nos
caímos?
Mentira, solo eso es esa cobarde reflexión. La reflexión del
que se dobla ante los pies de otro. La reflexión de quien no desea, de quien no
sueña.
Así como cuando un filósofo se completa solo cuando ya no
hay más preguntas, la muerte solo llega cuando la persona ya no tiene más
batallas. Cuando hemos llegado a nuestro máximo objetivo.
Y sí, alguna pelea va a ser más corta.
Y sí, otras van a ser más largas.
Pero si de algo estoy segura, es de que nadie se va sin
haber hecho absolutamente nada.
Una sonrisa, una caricia, un roce, una lágrima; todo se
queda, todo deja una huella.
Una huella que nunca va a ser invisible.
Porque siempre, en algún lugar, va a haber un rastro de
nuestra persona. Una inicial, un nombre, una foto, un deseo perdido.
Y ese rastro, ese rastro señoras y señores, es algo por lo que
vale la pena luchar hasta ganar cada una de las malditas batallas que se nos
presenten.
Por eso, cuando vuelvas a escuchar que alguien se fue, que
alguien dejo de “luchar”, reíte, burlate, porque no es así.
Porque en la vida es solo de luchadores.
En la vida, todos somos siempre los vencedores.
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