El reflejo del silencio.-

La miré, tendida allí en la cama. En nuestra cama.
Su pelo desparramado por toda la almohada, los tres lunares en su cuello. Sus ojos brillantes y deliciosos, perfectos.
Pero vi también su seriedad. Y la tristeza me invadió el corazón.
-No amor, no lo entiendes. No-susurró
Me incorporé, dándole la espalda a la que fue mi ángel.
-Perdón-dijo su dulce voz
Pero solo callé, y cerré mis ojos. No los abrí hasta que no estuve seguro de que ella estaba lejos.
De que ella huía con mi corazón roto.
Y entonces me rompí, como se rompen las frágiles hojas del frío invierno. Porque ya estábamos deshechos. Porque aunque le hubiera bajado la luna, no habría servido de nada.
Porque ella ya no me amaba.
Caí a la cama, con mi cuerpo débil y destrozado. Recordé nuestra primera cita. Nuestra primera vez. Recordé sus chistes, sus discusiones. Pero sobre todo, la recordé a ella.
Los dos ojos azules, tan cálidos que podrían ser castaños. Su cabello oscuro, que le caía en esa mata perfecta de rizos, hasta su pequeña cintura. Recordé sus lunares, esos que me volvían loco noche a noche. Recordé su tacto en el invierno, sus tiernos abrazos-
Y también recordé sus besos.
El primero, que fue robado esa tarde fuera del trabajo. El del aniversario, en el muelle. La primera vez que la besé en público, ante el asombro de sus compañeros. Y también recordé el último, que fue amargamente perfecto.
Me hundí en las mantas, destruido. Vacío.

Y me dormí en la corriente de sueños tormentosos, acompañado solamente de su último reflejo. Del reflejo de su rostro en la almohada. Del reflejo que me regalaba su silencio.

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