Corazón de gaviota

Sus sueños eran invadidos noche a noche con aquel hermoso arrebol, con la invencible bandada de gaviotas. Aquella imagen indescifrable se repetía y renovaba cada mañana, cuando el sonido del silencio sabía despertarlo, y sus ojos cobraban vida, absorbiendo el paisaje.
Estaba perdido. El color de las ilusiones, aquellas promesas impresas en las rocas lo volvían melancólico a medida que se desvanecían. Suspiró mientras sus manos colgaban sin vida a sus costados. Aquel edificio que antaño había sido un hogar, hoy lo convertía en un extraño.
Pensó en las gaviotas que inundaban sus sueños, libres y ligeras, alejándose cada invierno. Pero, esclavas de su libertad, siempre volverían a tocar aquel terreno, sus raíces. Confundido, se sentía acomplejado: simplemente una conciencia atrapada en un cuerpo con corazón de gaviota.
Las ventanas estaban sucias y rotas, humilladas. Aquellos vitrales de mil colores, se habían deteriorado con el tiempo, dando lugar a un cristal viejo y olvidado. Una punzada invadió su cuerpo, ¿ahora como entraría el sol a aquella fortaleza?
El mundo empezaba a girar mientras oía su risa, tan viva como nuestro primer grito. Tan tangente, tan real, que taladraba el cerebro. Las baldosas de los muros estaban frías y pegajosas bajo su tacto incierto. Con la mano en la pared, su fuerza se desvanecía, consumida y mezclada con el olvido.
Ellos lo oprimían empujándolo más y más adentro, aun siendo menos invisibles. El pecho se cerraba, y aunque moría, lo único en lo que pensaba era en sus gaviotas volviendo, llorando, mientras su tan amado arrebol desaparecía.
Pudo sentirla llegar, desesperada. Estrellarse contra una de las ventanas más altas, y caer. Caer y golpear el piso.
Y justo en ese momento, aquel corazón de gaviota profirió su último latido.

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