La vereda muerta
Cuando llegué a casa, la vereda estaba muerta.
Los árboles permanecían inmóviles aún ante las inclemencias
del tiempo, de aquel viento que rugía con fuerza. Aquella hojarasca muerta
crujía bajo mis zapatillas, quieta, impávida. Podía sentir como las piedritas
que pateaba inocentemente se movían a regañadientes por las baldosas rotas,
impulsadas por una fuerza que no le pertenecía al tiempo.
Cruce el pasillo con un
corazón ajeno y acongojado. Mi gato estaba petrificado junto al
ventanal, al acecho de un ruiseñor sirviente de una margarita. Un pétalo que
estaba cayendo, el bostezo de mi perra, un trueno a mitad del cielo. Todo tieso,
congelado, como las fotos de una sonrisa.
El té que me preparé me supo a nostalgia, como la media
carcajada de mi madre, y aquella merienda que no terminó papá. El ataque de mi
hermano quedó en una pausa eterna, mientras un grito no logró abandonar sus
labios.
El mensaje a medio escribir, la carta a medio acabar.
La lágrima a medio llorar.
Mi casa, de repente, está vacía, y tan muerta y ausente como
la vereda. Tan vacía, que donde estaban ellos solo han quedado la sombra de las
sombras.
El té está congelado, las puertas no se abren, el mundo no
se mueve, pero el sol se oculta.
Se oculta, se oculta, se oculta.
Lo único que me saca de aquella oscuridad es el leve
resplandor de mi alma, esa que todavía lucha.
Empujo los muebles, las paredes, al aire; todo se mueve con
lentitud, con delicadeza. Una pereza consume el ambiente, este está dormido.
Ausente. Me golpeo y caigo para aparecer parada, mientras la cabeza se estrella
contra el piso.
Las hojas vuelan sobre mis zapatillas, y el ruiseñor acecha a la
margarita que es esclava del gato. De las cartas resuma la tinta; es vomitada,
se escapa por los bordes.
Todo está confuso, todo está cambiado, y la vereda muerta
juega con mis sentimientos.
La casa me traga.
La nostalgia me sabe a té; el té se ha vuelto amargo.
Cuando el sol vuelve a invadir el cielo, cuando el mensaje
se completa, y mi hermano suelta un grito, el gato salta, y los árboles se
mueven; la casa me traga, el tiempo me traga.
Lucho por un último respiro, mientras mis pulmones mueven
con pesadez mi cuerpo y pruebo el sabor del viento.
Exhalo.
La vereda vuelve a la vida, y yo, yo estoy muerta.
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